Había estado
por mucho tiempo esquivando varios espejos, aquellos que en su reflejo podía verlo;
dándomelas de fuerte queriendo simular haber borrado de mi mente cada una de
sus maravillas. Pero esa noche después de tanto tiempo…hubiera deseado ser una
mujer de hojalata, ¿Podía mi sonrisa nerviosa haber sido más obvia? Cada uno de
mis sentimientos comenzaron a girar cual agujas de un reloj, había algo en mi
pecho que tenía cuenta regresiva. Juro que es verdad y que no miento, mi mente
trataba que no, pero mi cuerpo pedía a gritos un sí. Esa necesidad de tocarlo
había vuelto, quería que sea todas las
canciones de amor que podía escuchar. Quiero decirle tantas cosas que todavía
no pude, que tenga en claro que lo amo por encima de todo. Esa tarde había
sentido algo que nunca, sus manos rozando mi espalda, nuestras narices chocar y
el extraño ruido que hace al besarme, me hacía reír y sentirme afortunada.
No había una
mirada más cálida que la suya, ya no había más invierno. Ese día no había nadie
más a nuestro alrededor, ni miradas ni prejuicios. Tenía que amarlo todos los
días, no había nadie más por quien quería dar mi cuerpo que por él, y si
aquello era un sueño no quería nunca más volver a despertar. Con tan poco había
logrado enamorarme una vez más, ansiaba que fuera el único hombre de mi vida, y
yo la única mujer de la suya. Sabe decirme todo lo que quiero escuchar; hacerme
sentir como si me conociera de otra parte, reconociendo cada movimiento que me
hiciera temblar.